Castelblanc, Un Libro Guardián De algunas Luces Y Sombras

Castelblanc, Un Libro Guardián De algunas Luces Y Sombras

Hace un par de días, Scarlet Sánchez hizo la puesta en circulación de Castelblanc, Los Guardianes De La Luz, una novela del género de la fantasía. Aunque lo trataron como un libro infantil, lo siento más como una pieza entrando en lo juvenil, muy al estilo de EL Maravilloso Viaje De Nils Holgerson, de Selma Lagerlov, Las Crónicas de Pridain, de Alexander Lloid o Corazón De Tinta, el primero de la pentalogía Mundo De Tinta que escribió Cornelia Funke.

En cuanto a estructura,  Castelblanc mantiene todos los arquetipos del género. De hecho, leyéndolo se tiene la sensación de que Scarlet escribió con una mano mientras en la otra revisaba los elementos del cuento folclórico identificados por Vladimir Propp y en menor medida, algunas anotaciones de Giani Rodari y su Gramática De La Fantasía. Es decir, el libro como artefacto destinado a entretener, funciona.

Hay unos personajes con representaciones físicas que ocupan un lugar dentro de la narración, unos enemigos  bien identificados, una guía, un mensaje, una misión y la promesa de muchas dificultades. También están las armas, los vigilantes y cada uno de los elementos que convierten a una historia de aventuras en una aventura.

Hasta aquí, todo funciona. Esos son los hechos objetivos. Después llegan las singularidades.

En cuanto al lenguaje, este es bastante limpio. Scarlet tiene una manera de escritura sin demasiados vicios, salvo cierto uso excesivo del “había” y de los verbos ser o estar, su escritura es directa, plagada de imágenes.

De hecho, esa profusión de imágenes le resta vigor al texto en ocasiones. De pronto está describiendo un sueño o una caminata y el lirismo imagista acaba siendo un distractor.

 Es decir, con regularidad cae  en lo que Fogwil describió como enfermedad de literatura . Dicho de otro modo, tiende a procurar ser muy literaria, lo que le da un aire de distancia o falsedad al libro.

1.“En fin: nada peor que estar enfermo de literatura. Corrijo: nada peor, para la literatura, Luego, se percibe que Scarlet como autora hace un esfuerzo mayúsculo por tener un registro lexicográfico universal. Utiliza terminología que cualquier hispanoparlante pueda comprender, casi de libro de texto. Y contra la bondad que pudiera subyacer en ese estilo, acaba restándole expresividad, poesía y dinamismo a la narración, además de la ausencia de lengua propia, por decirlo parafraseando a Piglia .

Me da la impresión de que intenta quedar bien con todos los lectores. En clases de periodismo solía utilizarse la metáfora del marciano o el extraterrestre:

Imagine que un marciano llega a la tierra y quiere saber todo lo que está sucediendo. Escriba su noticia de modo que ese marciano pueda comprenderle, quitándole todo lo que no resulte informativo y explicativo.

En las clases utilizan ese ejercicio para señalar que las noticias deben explicarse con claridad y ciñéndose a los hechos y datos duros. Pero, ese principio es aplicable, casi con exclusividad, a la nota seca, que es aquella centrada en contestar las cinco   WH: qué, quién, dónde, cuándo y  cómo.

Y si bien esa universalidad del lenguaje es útil en el periodismo, en la escritura como arte resta identidad. Tampoco se entienda esta observación como un intento de convertir Castelblanc en un texto folclórico. De igual manera, no se deja de lado que se trata de una historia pensada para una audiencia infantil, aunque desde esa mirada, también hay conceptos que podrían escapársele a los lectores más pequeños.

Otro elemento de la enfermedad de literatura son las continuas referencias literarias que la narradora introduce en la historia. De repente hablará de aventuras y lo relaciona con una epopeya griega. Stella hará algo, y dedica largas parrafadas de versos de Darío o Whitman.

Y aunque estas últimas acciones podrían explicar por que ella recibe un libro cuando sueña, mientras que sus hermanos acceden a espadas, considero que su afición a la lectura podría tener un abordaje menos invasivo. Con todo, muchas de esas expresiones en boca de quien narra la historia, rompen de cierta manera el pacto de ficción que existe entre la narración y los lectores, se da una suerte de anacronismo que barre con la verosimilitud. Es como si en una película de vaqueros de  John For sonara una guitarra eléctrica mientras John Waine se bate en duelo por el desierto.

Luego, están los típicos errores de titeo que podrían solucionarse con una corrección de estilo y edición más rigurosa: oraciones plurales con artículos en singular, conjugaciones a las que les falta una s o palabras en las que vocal y consonantes intermedias están invertidas. Estos casos no son muchos, pero están ahí y distraen de la inmersión en la lectura.

El capítulo de la llegada a la capital del Reno del Sur tiene un enorme parentesco con el libro de Harry Potter y La Piedra Filosofal. La descripción asombrosa de las calles y la gente es la misma, el dinamismo del periódico emula el de las imágenes de Rowling. La entrada en la tienda de telas a comprar túnicas, por un lado es parecida a la tienda de la señora Malkin, en el callejón Diagon mientras que el espejo del vendedor y sus resultados, tiene unas propiedades muy cercanas a las del Sombrero Seleccionador que decide a qué casas van los estudiantes de Hogwards.

Sin embargo, sería irresponsable hablar de copia en estos casos. Recordemos que se trata de un libro de fantasía, elementos de esta naturaleza son habituales en el género.

2. Podríamos pensar también en el relato futuro como un relato que se constituye en otro tipo de lengua. Una lengua que cambia como la verdadera lengua de la literatura. Una lengua que imprevistamente pasa del español al inglés o del inglés al alemán. Y quizás podríamos pensar el Finnegans como el primer texto que responde a esta suerte de movimiento posible, utópico, de una lengua que sería por fin la verdadera lengua de la literatura. Una lengua que no estaría trabajada por los recortes políticos y geográficos y que constituiría sus propias tradiciones. En este sentido podríamos imaginarnos la posibilidad del relato futuro. Por Un Relato Futuro, Conversaciones Con Juan José Saer, Ricardo Piglia.

De hecho, ya hay grandes semejanzas entre el primer libro de Narnia, de C. S. Lewis y Casteleblanc. Una de ellas es el modo en el que se presenta la muda de realidad, de un mundo sujeto a las leyes objetivas tal cual las conocemos a otro en el que impera la magia, los animales antropomórficos y manifestaciones de poder distantes de la inventiva de los no mágicos. Así, los tres niños de Scarlet atraviesan la puerta de un gallinero para llegar a las Tierras altas. En cambio, los  niños de C. S. Lewis cruzaron de forma accidental a Narnia, vía un armario ropero.

Madame Kuhmit representa otro de los elementos del viaje del héroe. Ella ocupa la posición del maestro o maestra. Y al igual que el mago que enseña a Taran en Pridain o Dumbledore en Harry Potter, la profesora acompaña a los personajes a descubrir sus habilidades, les entrena, acompaña y orienta hasta el punto en el que deberán asumir la misión sin más compañía que sus propias habilidades.

Desde el primer capítulo, queda establecido que aunque Stella, Elisabeth y Lucas son los personajes centrales, Lucas tienen mayor relevancia. Da la sensación de que Lucas es una especie de aliteración de Ulises, Odiseo. Y esa idea se refuerza con la escena del niño cuando es atrapado por los dos cíclopes y encerrado en una cueva.

En La Odisea, Ulises pasa por lo mismo. Y así como era cantado como “el rico en ardides”, Scarlet presenta a Lucas como imaginativo y lleno de recursos, especialmente su tirapiedras.

Mientras el afán libresco de Stella le define como un personaje de continua reflexión lectora, Lucas expresa su intertextualidad a través de acciones miméticas, aunque con diferencias marcadas. Dicho de un modo más llano, Odiseo le sirve de influencia a Lucas, pero este da grandes bocanadas, tratando de acceder a su propio oxígeno y a veces lo logra.

En sentido general, considero que no es un mal libro. Resulta entretenido, tiene un planteamiento, su redacción es buena. Sólo extraño mayor profundidad, una aproximación a reglas de un universo ficcional que no se vulneren continuamente.

A Partir de que los hermanos salen hacia el Reino Del Norte, el libro se tambalea de forma profusa. Pareciera como si Scarlet tuviera miedo de dejarse llevar por lo que está construyendo e intentara ponerle freno a un caballo desbocado. EL resultado es una historia cortada, sin pasajes especialmente memorables.

Lo curioso es que en aquellas escenas en las que la autora tuvo mayor dedicación, logró generar empatía. Por eso, Lucas resulta auténtico en cierto modo.

Me pareció encontrar una referencia a The Witcher, El Origen De La Sangre, la precuela que se emitió por Netflix. La relación entre el joven guitarrista y la hermana mayor, me remite a una situación similar dada en la serie; pero dudo que Scarlet se haya inspirado aquí, debido a que lo más probable es que haya escrito la novela mucho antes de que se emitiera la serie. Además, es habitual esa idea de que familias guerreras cuenten con algún descendiente que opte por las artes. Es reflejo de una dicotomía que habla de luz, oscuridad, bien y mal, así como relaciones de poder.

De cualquier manera, es una novela que disfruté. Está buena para un domingo, compartiendo con sobrinos o entre hermanos. Hace unos días le regalé mi ejemplar a un primo por el que siento mucho cariño, espero que lo disfrute.

La interpretación de Nadia Lugo  En «El ruido invisible»

La interpretación de Nadia Lugo  En «El ruido invisible»

Sé poco y nada sobre Nadia Lugo, salvo que creo recordar que disfruto mucho su timbre de voz y que trabaja con uno de los equipos de comunicación estratégica por los que más respeto siento. También sé que este es su segundo libro.

De entrada, es genial que inicie con una referencia a Bernardo Vega. El primer cuento narra la historia de un director de museo que se juega su herencia para trasladar el cemí de un dios del agua desde Reino Unido hasta la isla, previsiblemente República Dominicana.

El cuento tiene una arquitectura elemental, casi bajo la premisa de Bosch de que las historias son como una flecha que parte en línea recta desde un punto a un objetivo. Bajo esa idea, se trata de una historia bien lograda.

Luego, está todo el entramado político, la interpretación de tejemanejes de salón y poder tercermundista. Este y los relatos siguientes hablan de una suerte de narrativa Real Maravillosa postmoderna, con todo lo arcaico que puede sonar hablar de Real Maravilloso en el siglo xxi.

Y sin embargo, entre redes sociales, relaciones con ministros que anteponen sus egos a la razón y sucumben ante la tentación de la magia en favor de la capitalización política, Nadia reinterpreta lo Real Maravilloso. Por eso, en este primer relato hay tantos referentes a la mitología Arahuaca y a la narrativa de Bosch, por eso la disyuntiva del personaje al final, ante lo absurdo, lo redentor y lo legitimante como únicas salidas posibles.

Y así se representa más adelante: una mujer en una casa perturbadora como la Casa tomada de Cortázar, con una puerta ominosa como aquella puerta cerrada del cuento de Las mil y una noche. En medio, desfiles del orgullo gay en Madrid, juegos de video y una muda de realidad hacia lo fantástico, esta vez extraída de las nuevas mitologías pop, desde los juegos en línea hasta las construcciones sociales de Tik Tok.

Tanto en la relectura política del presente como hijo bastardo de una historia absurda, como en la reconstrucción de los espacios geográficos y proposición estética de individuos, hay una relación cercana entre la obra de Nadia y la propuesta artística de José Carlos Nazario. Este encuentro entre ambas visiones comienza por la diversidad de referencias que poseen y se desarrolla en la consciencia política de los dos, no bajo el prisma activista, sino de escrutinio, testimonial, de actores que cuestionan y se cuestionan.

Los narradores de las distintas historias tienden a argumentar en torno a su entorno. En ocasiones esa tendencia resulta un distractor que impide comprender con exactitud las imágenes que se presentan.

En otros momentos, las descripciones son difusas, como cuando dice: “Así descubrimos un dormitorio sumamente extraño, un espacio lúgubre que parecía que efectivamente nos comería”.

La oración pareciera sacada de una descripción de Lovecraft, y sin embargo no muestra nada. En tres ideas, sólo destaca lo amenazante de percibir que el cuarto, en un ejercicio de personificación por comparación, podría comer, dándole a la estancia una dimensión sobrenatural.

Y esto fuera positivo, si no se tratara de un recurso reiterativo. Junto a las comparaciones argumentales, se trata de dos de las figuras más recurrentes a lo largo del libro.

Voy a dejar de lado las cuestiones puramente estilísticas como esa rara construcción sintáctica “Supongo que se adréis percatado”. Imagino que hubiera sido más atinado decir “Supongo que os habréis percatado”, pero esto es sólo una percepción, y tales cuestiones no inciden en lo realmente destacable del libro.

El cuento Ojo de Agua recrea nuevamente esas relaciones de poder, donde los caudillos modernos tienen comportamientos totémicos, casi behiques. En la historia sólo el Wifi de la plaza pública tiene más lealtades que un agitador político. Este texto, a pesar de que se siente poco trabajado, casi como un complemento para acumular páginas, me conecta con una época en la que ir a la biblioteca pública de mi campo era la única manera de tener conexión a internet. Eran los años de Hi5 y My Space. Yo solía ir con uno de mis hermanos hasta altas horas de la noche, llevaba una extensión para conectar la laptop mientras él se conectaba desde una Black Berry de segunda mano.

Ese cuento es potente. Tiene el desarrollo dramático y la estructura, sin embargo se cae por un cierto descuido en la forma de contarlo. Con todo, encaja con el concepto general del libro y con la visión de lo Real Maravilloso de la postmodernidad.

Con todo,  la narración presenta un entorno que sigue siendo comarcal como las más típicas historias de Bosch o García Márquez. Y te dice que, en cierto modo, seguimos siendo las mismas aldeas, con los mismos miedos y las mismas conductas. Me lleva a las crónicas sobre Centroamérica narradas por Martín Caparrós en Ñamérica, aunque él lo hacía desde otro registro narrativo, pero el polvo, la pobreza y la desigualdad son lo mismo.

Leí La larga espera como un divertimento. Esencialmente cuenta la historia de un hombre que escribe discursos para el presidente del país y descubre una conspiración de alto nivel.

El relato es un divertimento, escrito desde el punto de vista de una persona que conoce bastante bien cómo funciona el entorno político. Me sentí identificado porque en más de dos y tres ocasiones he estado en situación de redactar un discurso y luego tener que agregar correcciones, quitarlas y volver al principio de forma caprichosa y absurda.

Mientras lo leía, vi muchas de las conductas de políticos  del país. Toda la parte inicial me recuerda el cuento de García Márquez en el que el obispo visitará el pueblo, esta vez se trata del presidente de los Estados Unidos, pero son figuras equivalentes.

El punto flaco de este cuento, incluso del libro en sentido general, tiene que ver con los diálogos. Da la sensación de que por tratar de ser contundentes, acaban siendo acartonados, en una pose continua, más allá de la pose habitual que tiene el tipo de personaje que describe Nadia. Y sin embargo, logra generar visiones aproximadas de los entornos que representa.

Con este cuento reafirmo algo que inicié al principio de esta reflexión, Nadia trabaja con bastante soltura el final de sus historias. En cada caso se trata de poner al personaje ante la ironía, el absurdo y el acto de hacer consciencia sobre lo burdo de sí mismo. Desde el director del museo hasta la mujer en Madrid, pasando por el funcionario y el redactor de discursos, todos tienen cierres en los que la absurdidad se les aparece como espíritu guía o espejo de sí mismo.

En La larga espera esto alcanza cierto grado de genialidad al ver al presidente con Lola. Todo el gabinete ministerial aplaudiendo de pie, en reconocimiento al absurdo, es una burla, una reflexión y un retrato descarnado; probablemente el momento más sublime de todo el libro.

Y si La larga espera tiene el final más sublime, el inicio más potente se encuentra en Petró: “Esta vez no aparté la mirada como solía hacerlo cuando la vergüenza de los actos ajenos me aniquilaba”.

Sólo esa oración justifica el texto. Da igual si lo que viene es bueno o caído. Pasa en la poesía, toda una obra poética se sostiene en uno o dos versos luminosos. Aquí, con permiso de las 21 divisiones, daremos ese mérito a esta oración, por aniquiladora.

Sin embargo, conforme avanza, el cuento pierde fuelle, se convierte en una narración absurda con la presencia de Belié Belcán y un historiador corrupto. Se apela a líos de faldas, adulterio y obtención de becas internacionales por intermediación de gemidos.

Piglia solía decir que a veces construía sus personajes mediante la generación de rasgos opuestos. Así, si él era alto, el personaje sería bajito, de manera que las partes más afines con la realidad objetiva se deformaran hasta permitir el distanciamiento crítico.

Considero que en buena parte del libro a Nadia le sucede algo similar. La cercanía que posee con los entornos que describe, especulo, le impiden construir un universo ficcional fuerte.

Los personajes, salvo Lola y alguno más, no acaban de desarrollarse. En Petró, el vigilante que le dice que soñar con Belié Belcán da 21 tiene más construcción que quien narra, a pesar de aparecer en unas escasas líneas.

Con Unidad Caribe ocurre algo similar. Llega un momento en el que descubres que estás ante un mundo posapocalíptico, en un entorno de arqueología del presente.

 Y eso es genial, sobre todo cuando vienes de toda la construcción anterior. El volumen empieza con una catástrofe por agua y concluye con unos eventos no descritos del todo, pero que dieron al traste con la civilización tal como la conocemos.

Aquí volvemos al vínculo entre las obras de Nadia y de Nazario. En ambos casos lo posapocalíptico aparece como forma de interpretación.

Y con todo, estos dos últimos cuentos no acaban de ser piezas memorables. Adquieren un sentido en el corpus del libro, por el concepto estructurado en el mismo, pero como unidades son endebles, se caen.

Sí hay que reconocer que Nadia tiene un uso hermoso de los cierres como líneas argumentales. Sin importar el cuento, cada final de historia contiene una postura, no moral, no ética, no sensiblera, sino de comprensión de un fenómeno, de asunción de un puesto ante la convención del yo como sujeto con el mundo como representación.

Me niego a entrar en las aguas de Schopenhauer, pero, tanto la visión pesimista como cierta noción ética en sus personajes apunta hacia los planteamientos de El mundo como voluntad y representación. Sólo me atrevo a hacer una precisión, de tipo taxonómico, por decirlo de alguna manera, Belié Belcán, como loa está en una división distinta a los Petró.

Como se puede consultar en El atlas folclórico de la República Dominicana, escrito por Dagoberto Tejeda, señala que Belié Belcán encabeza la división relativa a los Rará. Esta, a diferencia de los Petró, actúa en base elementos naturales como la tierra, el fuego y el agua.

En cambio, los Petró, que también son reconocidos como espíritus burlones, volubles y con límites solubles entre el bien y el mal, tienen como principal representante a Gran Buá. Pero, ¿por qué hacer esta precisión? Esencialmente porque puede explicar parte de la debilidad del cuento.  Belié tiene una personalidad marcada, completamente distinta a la de Gran Buá o Gran Toro,  y,  bajo esa interpretación ontológica, la historia cambia por completo su significado.

Para no extenderme más:

  • Nadia Lugo consigue con este libro plantear una visión estética del mundo, sobre todo el de esta media isla.
  • Se aproxima a la construcción de una interpretación en torno a la que vale la pena conversar. Y que conforme profundice en sus creaciones, seguro dará pie a diálogos con las estructuras de poder y de relaciones a escalas más complejas.
  • Es cierto que hay muchas debilidades estructurales en sus relatos. También lo es que hay momentos excelsos en estos y un cruce de lecturas que permite construir un universo ficcional muy atractivo, del que no me gustaría formar parte, pero que sí deseo ver a través de la vitrina.
  • Tengo una idea de cuál es «el ruido invisible» del que habla Nadia en el libro. Pero seguro, esta, como todas las lecturas es un divertimento como el gato de Schrödinger.

“Los gestos inútiles”

“Los gestos inútiles”

A través de una serie de pinceladas costumbristas, Rey Andújar teje el entramado de
pequeñas denuncias que conforman “Los gestos inútiles”. Una obra que entretiene e interpela
al lector, cuestionando sin descanso las certezas de lo contado. De manera paulatina somos
introducidos al conglomerado de actores que rodearán al cadáver de Daniel Beltrán,
vinculado a un misterioso crimen sin autor.


Sosteniendo los hilos con los intrigantes elementos de una novela negra, Andújar nos exhorta
a reflexionar sobre temas como la paternidad, la identidad dominicana, la historia política de
la media isla, la corrupción institucionalizada y el sentimiento y la experiencia
dominicanyork.


El personaje de Daniel Beltrán, caricatura del intelectual joven e idealista durante los
periodos post-trujillistas, se vuelve padre, y carente de recursos, se ve obligado al exilio
económico. Responsable al fin, pero herido de distancia, “… enviaba a Santo Domingo una
cantidad (de dinero) un poco excesiva para el cuidado del niño. Se había resignado a la idea
de que Jonasito le sería ajeno; (…). La distancia rompe las cosas, o las oxida. Él era fe y
testimonio”.


Beltrán visita al país brevemente, define para siempre las relaciones con su hijo, se
reencuentra con un amigo perteneciente a la clase política y desairado regresa al exterior.
“Ahora estaba a más de treinta mil pies de altura con una camada de tubérculos que no tenían
idea de lo que era el Marxismo o la Social Democracia. Las tripas se le poblaron de gasa,
sintió congeladas las puntas de los dedos. Dejó la comida intacta y se hizo pequeño en el
asiento. Quiso llorar y no encontró por dónde”. Años después, volverá al país para verse
arrastrado hacia los escabrosos acontecimientos que rodearon su muerte.


Sometidos a distintos tipos de exilio, personajes regresan a la isla debido a la noticia del
occiso Daniel Beltrán, para verse colmados de “… la vergüenza de ser, de sentirse en
Dominicana”. Elementos de nuestra cotidianidad tales como “el acarreo, el descaro, la
limosna, la abulia, la velocidad de la trampa, las corbatas grasosas, el hambre, (…); el falso
balance entre lo rural y lo cibernético” hostigan a los sentidos del repatriado, lo asedian. Las
faltas, antes evidentes, se acentúan en el retorno, y entonces una realidad como dejada en
remojo se presenta podrida bajo una segunda inspección.


Con “Los gestos inútiles”, Rey Andújar cumple su propósito: arrojar luz sobre la maquinaria
sórdida del Estado y sus protagonistas, despedazar el papel maché de nuestra convicción…

5 Álbumes Que Suenan Mejor Cada Día

5 Álbumes Que Suenan Mejor Cada Día

Este 2023 vinimos con todo. Y como muestra, te traemos cinco recomendaciones que rompieron la liga en su momento. Encontrarás desde jazz y rock hasta blues y flamenco. Disfruta y ponte los auriculares.

Jazz: «Kind of Blue» de Miles Davis

Este álbum de Miles Davis es considerado uno de los mejores álbumes de jazz de todos los tiempos. Fue lanzado en 1959 y cuenta con una serie de músicos de jazz de renombre, como John Coltrane y Bill Evans. «Kind of Blue» es un álbum que sigue siendo relevante y apreciado hoy en día por su sofisticación y creatividad musical.

Blues: «The Complete Recordings» de Robert Johnson

Aunque Robert Johnson solo grabó un puñado de canciones durante su corta carrera, su legado ha trascendido a través de los años y es considerado uno de los músicos de blues más influyentes de todos los tiempos. «The Complete Recordings» es un álbum recopilatorio de todas sus grabaciones y es una joya para cualquier aficionado al blues.

Rock: «The Dark Side of the Moon» de Pink Floyd

Este álbum de Pink Floyd es una de las obras más emblemáticas del rock y ha sido considerado uno de los mejores álbumes de rock de todos los tiempos. Lanzado en 1973, «The Dark Side of the Moon» es conocido por su innovadora mezcla de sonidos y letras profundamente reflexivas.

Rap: «The Chronic» de Dr. Dre

Álbum The Chronic de DR. DRE

Lanzado en 1992, «The Chronic» es considerado uno de los álbumes más importantes en la historia del rap. El álbum presenta algunos de los primeros éxitos de Dr. Dre, como «Nuthin’ but a ‘G’ Thang» y «Let Me Ride,» y marcó el inicio de su carrera como uno de los productores más exitosos de rap de todos los tiempos.

Flamenco: «Cositas Buenas» de Camarón de la Isla

Álbum Cositas Buenas de Camarón de la Isla

Camarón de la Isla es considerado uno de los músicos más importantes en la historia del flamenco y «Cositas Buenas» es uno de sus álbumes más aclamados. Lanzado en 1978, este álbum es una muestra de la maestría de Camarón en la guitarra flamenca y su poderosa voz. 

Acabas de hacer un recorrido por una minúscula parte del mundo y su música. Disfruta de estos discos y cuéntanos cuáles incurias tú.

Un ojo en cada puerta 

Un ojo en cada puerta 

1.-

Homero Pumarol (Santo Domingo, 1971) funda en Cuartel Babilonia (Santo Domingo: Edición de autor, 2000) su propia ciudad. El epicentro está ubicado en la Zona Colonial o en Gazcue. El poeta mira a esa masa de transeúntes que como reses deambulan por las calles, el sol Caribe azotándolos. Las casas antiguas, recuerdos de un pasado mejor, siguen en píe, en resistencia. Así mismo el poeta sigue resistiendo, con la palabra como artillería, la decadencia que trashuma entre estas paredes.  

2.-

Cuenta Frank Báez, en un artículo sobre Homero y su poesía, que el poeta le contó el origen del título de este libro: Cuartel Babilonia es el nombre del lugar donde el poeta Arthur Rimbaud, uno de sus poetas favoritos,  fue violado, siendo aún un adolescente, por un regimiento de soldados.

3.-

Dos secciones componen este poemario: «Cuartel Babilonia» y «Composiciones». Treinta poemas fundacionales en los que el poeta erige una ciudad casi inédita en la tradición poética dominicana: la ciudad de «la violencia, la nocturnidad y las drogas», como apunta Soledad Álvarez en su conferencia La ciudad en la poesía dominicana.

4.-

Por Cuartel Babilonia campean a sus anchas personajes y lugares, casi míticos, de la cultura popular dominicana: Jack Veneno, Relámpago Hernández, la calle El Conde, Aramis Camilo, Luis «Terror Días, Zona Universitaria, Vickiana, el Ozama, los tristemente célebres «Cepillos», que usaba la policía represiva del régimen, el parque Independencia, «que es el parque más feo de la bolita del mundo», La Victoria (ese «cementerio de hombres vivos», como escribió Jairo Valera), También están presentes otros personajes del mundo de la Lucha Libre (Rick Flair, El Santo, Blue Demon, El Vampiro Cao). Aquí hay un Universo que se rige por sus propios códigos de calle y juerga. Ni más ni menos.

5.-

Como la cabeza achicharrada 
del fósforo entre las colillas,
sobre la tibia ceniza del cenicero,
con su débil torre de humo
y su pequeño resplandor amarillo,
hay un hombre sentado entre los árboles,
sobre los arrecifes. (Composición 6)

6.-

De un profundo lirismo estos poemas son a veces pequeñas Polaroids que no dejan indiferente a quien las miras. Ese instante se repite en nuestras cabezas. Somos también ese que mira la ciudad y va capturando imágenes, sonidos, olores. Otras veces somos el hombre sentado frente al mar: el que mirando esa sábana azul se mira a sí mismo.

7.-

Me imagino a Homero sentado en un colmado cualquiera. Acompañado, quizás. O simplemente sentado mirando a quienes entran y salen, a quienes beben de la cerveza o el ron como si fueran elixires salvadores, a quienes marcan con los pies el ritmo de la bachata.  De ahí, de esa ciudad que se transforma mientras va cayendo la noche sobre sus calles, extrae el poeta la materia prima con la que moldea esta nueva ciudad que escandaliza, que saca de quicio, que hace temblar a una tradición poética momificada.

8.-

El poeta irlandés Paul Muldoon escribió alguna vez que «un poeta es producto de su tiempo y trata de entenderse a sí mismo en ese tiempo…». Eso ha hecho Homero Pumarol en Cuartel Babilonia: llevar la calle a la poesía. No es que no se haya hecho antes. Es que Homero asume un discurso de la marginalidad más cercano, sin duda, a Luis «Terror» Días, quien alguna vez hablo de la belleza que había en lo marginal, en lo sucio.

9.-

La poesía de Homero es más cercana a René del Risco y su «viento frío» o a algunas zonas de la poesía de Alexis Gómez – Rosa que a cualquier poeta de los ochenta. Esto a pesar de que en algún momento hacía vida común con algunos de estos poetas. Quizás, conjeturo, andaba buscando su voz. Quizás, vuelvo a especular, su primer libro Orador de opio, con el que ganó el Premio de Poesía Pedro Henríquez Ureña, realizado por la universidad del mismo nombre y en la que estudió Derecho, tenía influencia de la «Poética del Pensar», y por eso el poeta procuró deshacer del mismo.

10.-

Homero saca su poesía de la calle, de la bohemia nocturna, de los cueros y los pushers, de la sordidez que habita en cada esquina de esta ciudad que «te mira obscenamente y no te reconoce».

11.-

En Cuartel Babilonia hay una «poética del cinismo», y un humor irónico construido desde lo coloquial. Un humor que tanta falta le hacía a la poesía dominicana. Desde este recurso Homero cuestiona el statu quo,  la rancia poesía como servidora del poder, el propio papel del poeta como un ente contestario.

12.-

En la plaza pública, el ministro de Cultura
reveló los nombres de los poetas escogidos
para cantar los nuevos mitos de la ciudad moderna.
Rápidamente se levantaron estatuas en su honor
y las mujeres lloraron extasiadas
cuando el congreso para continuar la farsa
los declaró malditos.
Quedaron así iniciadas las fiestas, los banquetes,
las orgías y demás prebendas de la gloria.
Mientras me alejo a toda prisa
por odiosas avenidas y túneles,
con la cabeza descubierta, sin pelos ni laurel,
pienso que si el año que viene no tengo mejor suerte,
cuando otra vez regrese a la ciudad,
será mejor que busque otro oficio. (La República)

13.-

Muchos dicen que Cuartel Babilonia representa una ruptura con la tradición, en específico con la Poesía del Ochenta. Otros dicen que después de los ochenta no se ha producido nada interesante. Para mí la importancia de Cuartel Babilonia, más allá de que rompa con algo o no, es que no deja a nadie indiferente. Es un libro que inquieta, que mueve, que crea discusiones. Para eso sirve la poesía.

Intentar borrar una ciudad de la memoria

Intentar borrar una ciudad de la memoria

¿Cómo puede llegar a amarse una ciudad? Amar sus rincones, sus parques, sus esquinas. Amar el salitre que la inunda cada día; amar quizás la sensación de ser dueño de un trozo de ella. Pero, con la misma pasión, odiarla hasta querer despedazarla o borrarla del mapa de la memoria.

Rafael Añez Bergés† (San Francisco de Macorís, 1940)  en La ciudad en nosotros: poemas 1969 (Santo Domingo: Editora Taller, 1972), tararea una canción agridulce en la que profesa una profunda rabia, y un profundo amor, hacia Santo Domingo, ciudad con aire pueblerino violentada por la Guerra de Abril, la invasión norteamericana y el inicio de los infaustos «Doce Años de Balaguer».

Añez Bergés pone en atmósfera al lector desde el inicio del libro, a través de un texto que sirve como  epígrafe y dedicatoria: «A ti, que como yo, / odiaste y amaste tanto / esta ciudad».  Y a partir de ese instante quien lee se sumerge en una poesía escrita «desde la negación y la rabia», como anota Soledad Álvarez en La ciudad en la poesía dominicana.  Más adelante Álvarez dice que en este libro se asoma «la ciudad vilipendiada en la desesperación del amor, oscuro objeto del deseo».  Y esto es notable en el inicio del Poema 8: «Sé que tanto tú como yo/ hemos odiado esta ciudad/ y que del odio ha nacido el amor inevitable/ hacia las cosas/ porque la ciudad es como una puta festiva/ que se vende», versos en los que se vuelve a mencionar, como en el epígrafe, esa frontera invisible entre el amor y el odio.

Escrito en 1969, pero publicado en 1972, La ciudad en nosotros está dividido en dos estaciones: en la primera se nos muestra una ciudad, aun provinciana y virginal, que es mancillada, en la segunda estación, por una guerra que trastornó la vida de sus habitantes y cuyas calles ahora han sido tomadas por una desilusión, un halito de derrota que hace recordar cada día a los perdidos en la Revolución de Abril.

Un dato curioso es que en la primera edición no aparece la «segunda estación», «censurada» por el propio autor quien había prometido a su madre, temerosa de que lo asesinaran como represalia, que sería publicada solo después de su muerte. Así, aparece de manera íntegra casi cincuenta años después.

En esta reunión de poemas transita la realidad de una ciudad que va entrando en la modernidad, que ha despertado, de golpe y porrazo, de la modorra pueblerina hasta convertirse en una urbe moderna y sofisticada pero en la que se figura un territorio hostil por la situación política de los «Doce Años de Balaguer».

Dos historia de amor, el amor romántico y el amor hacia la urbe, se configuran desde el Poema 1, que comienza con el recuento de la rutina diaria: «El violento despertar / con el desvencijado reloj / de los años de estudiante / el baño y la afeitada presurosa […] Mil rostros junto a ti / caminando por la acera / junto a ti en la cafetería / junto a ti en el ascensor / y el transistor japonés del “celador” del edificio / con Niní Cáffaro cantando “Es magia” / y la mañana presurosa que comienza»; y termina con unos versos para la mujer amada: «Y tú / tú en el mismo sitio de partida / tú en cada uno de mis actos / tú y tu pelo corriendo por la nuca / tú y tu prendedor con margaritas de fantasía / tú y tu mirada límpida, serena / y nuevamente el día que comienza».

El sujeto que poetiza sigue cantándole a esa mujer que es «compañera, amiga mía, amante mía / soplo de espuma entre mis piernas».

En el Poema 5 el paso, y el peso, de la rutina citadina se describe de una manera mordaz y no exenta de tristeza: «Sí, por eso, como una maldición / la tarde se ha detenido violentamente / sobre la ciudad / y nos ha robado la esperanza / para seguir viviendo en el amor […] defecar, morir y repetir la historia /fotograma a fotograma / construyendo la cinta cinematográfica / ¡la gran comedia! / donde los jóvenes de mañana se reirán / mientras hacen el amor y se masturban / en la obscuridad de las salas de cine / de los zaguanes, de los callejones».

En el Poema 8, que cierra la «primera estación» ese amor inevitable, nacido desde el odio, se convierte en la certeza «de que esta ciudad es perdidamente / nuestra muerte y nuestra vida». En otra parte de este texto se alude a la soledad citadina: «Por eso podría decir / que tú, que yo / que nosotros / estamos completamente solos / sobre esta ciudad tendida frente al mar / con su olor de molusco putrefacto».

En la «segunda estación», publicada en la segunda edición de 2017, hay una mayor carga ideológica y de crítica social y comienza con el Poema 9, en el que el poema le hace un reclamo, a voz en pecho, a la ciudad, representada por la otrora idílica playa de Güibia: «Meretriz / Matrona de la Noche / Diabla Cojuelo, / de los bacanales de Eros. / Coronela de batallas  / ganadas y perdidas». Habla específicamente en este texto de la destrucción del «Paraguas de Güibia», enramada donde se bailaba «bajo las empinadas canas / al ritmo de merengues cadenciosos, sones / y boleros para cortarse las venas / en locura de amor desesperado: Toña la Negra, María Luisa Landín, / Elvira Ríos, María Victoria…». El sujeto poético regresa al lugar donde la nostalgia le punza: «Aquí estoy / viejo paraguas de Güibia / solo la noche / su silencio y tú / y las luciérnagas / de siempre / envolviendo sobre mi cabeza / tus cintas moradas, rosadas y amarillas…». La pérdida de este espacio vital de la ciudad es también para el poeta una pérdida de los recuerdos construidos «bajo el ir y venir de tus olas».

A partir del Poema 10, que aparenta ser un poema de amor erótico («Te veo frente al mar / con tus cabellos al viento, contemplar / el juego de los alcatraces / en busca de su “pez de cada día”»), es un poema sobre la Guerra, nombre con que esa generación poética llama a la Revolución de Abril, y que aparece aquí como esa sombra que convirtió a la ciudad de Santo Domingo «en aquellas dos ciudades absurdas» divididas por alambradas: «La “Ciudad Buena”, / la de Imbert Barreras, la de San Isidro / bajo las alas protectoras del Águila del Norte […] la “Ciudad Mala”, / integrada por los viejos amigos / de la adolescencia y la juventud».

«La ciudad de amigos / innecesariamente muertos…» escribe Añez Bergés con un tono de desilusión con el que también se pregunta: «¿De qué nos sirve pasear junto al mar / saboreando el salitre en nuestros labios / ¿De recoger cundeamor en los farallones / intentando jugar a niños? / ¿De qué nos sirve sentarnos en el viejo parque / para alimentar las palomas? / Tenemos el espectro de la Guerra / en cada rincón de la ciudad».

En esta estación final de La ciudad en nosotros está presente ese «viento frío que acerca su hocico suave/a las paredes, /que toca la nariz, que entra en nosotros/y sigue lentamente por la calle, /por toda la ciudad…», sobre el que había escrito René del Risco unos años antes, y que aquí se representa desde la interrogación, desde la angustia de saber la inutilidad de la lucha: «¿Para qué sirvió esta guerra, / si ya no podemos mirarnos a los ojos / como antes?». Esta es la realidad que dejó la Guerra: una ciudad que se abre silenciosa a la rutina del día por el que hombres y mujeres cansados van y vienen; y he aquí un elemento importante que el poeta, la voz poética, hace una diferenciación entre esos «hombres y mujeres cansados / que transitarán por ella / en el diario vivir» para hablar de un nosotros que quizás se refiera a quienes pelearon activamente en la Guerra: «Y en medio de ellos / nosotros, / desesperadamente solos. / Terriblemente angustiados / burlados, timados, / perdidos en la multitud de una ciudad / que nos fue robada».

Me detengo en estos versos: nótese la impotencia implícita de haber perdido a la ciudad aunque se viva en ella. Aunque se allá tenido una victoria, pírrica para muchos, en fin, un cumulo de sentimientos fruto de una guerra ganada que se perdió.

En el Poema 12 se canta una especie de oda a las palomas, testigos de la guerra y del amor, que pueblan los parques de Santo Domingo: «Las palomas de mi ciudad / no son como las / de Plaza San Marcos / o Central Park. / Son diferentes, / saben del grito, la pólvora / y la sangre / y en su plumaje / llevan un poco de la Guerra / porque la Guerra sitió los parques/ los convirtió en trincheras».

El Poema 13 es una especie de declaración de derrota: «La ciudad ya no es la misma / tú y yo, amiga mía, / tampoco somos los mismos; / ahora somos apátridas, / escapando cada vez más lejos / de esta ciudad robada».

«La sangre de los amigos asesinados / empaña nuestra mirada», dos versos que podrían, de alguna manera, resumir todo el dolor que yace en estas páginas, toda la perdida de amigos que dieron su vida por la patria.

El Poema 15, que cierra estas dos estaciones que cantan a una ciudad habitada desde el amor y el odio, destila esa nostalgia de lo perdido: «Abril fue inclemente, despiadado con sus hombres», dice el poeta.

Me detengo en unos versos en los que se rinde homenaje al poeta combatiente, y mártir, Jacques Viau Renaud: «Calló Jack Viaux Renaud (sic) / el día más aciago de la Guerra. / Calló el gorrión, dulce gorrión / de Isla dividida».

A pesar del ensombrecido panorama de posguerra el poeta, en su canto, vislumbra la esperanza de un día mejor: «Algún día volverán las maripositas amarillas, diminutas, / con su risueña inocencia / a aletear sobre las tumbas blancas y tranquilas / de los cementerios de la ciudad».

«Destellos del mañana / y de aquel Abril en la memoria… / Bajo este almendro de la infancia, / bajo esta tibia placidez / del viejo parque. […] El mar queda detrás / en este anochecer… / Y la ciudad de nosotros / que se funde / y que también se pierde junto a él».

Sin duda, Añez Bergés edifica sobre estas dos estaciones una canción de amor a la ciudad perdida, mancillada, pero que a pesar de las derrotas cotidianas sigue atada a nosotros, sigue estando en nosotros, palpitante y viva, aunque se odie o se ame. A pesar de sí misma.

En Las De Kianny:  Feedback Loop De Nelly Rosario

En Las De Kianny:  Feedback Loop De Nelly Rosario

Menstruación, una pintura de Cecilia Vicuña robada en la década de los 70  y envolturas creadoras de sangre coinciden en el cuento corto Feedback Loop, escrito por la dominicana Nelly Rosario.

El cuento se encuentra en la antología The Fiction Issues, editado por Aster(Ix) Jornal.). Kianny Antigua hizo la traducción a español y le dio su voz en esta publicación.

Para conocer más sobre Nelly Rosario accede aquí

Para encontrar el libro  The Fiction Issues, accede aquí

Nelly Rosario
Mirar la ciudad derrotada desde un balcón

Mirar la ciudad derrotada desde un balcón

Desde el balcón, el hombre mira a la ciudad como quien ve por primera vez algo nuevo, aunque muy dentro de él sabe que esa ciudad le pertenece y así mismo él pertenece a ella. Quizás el saxo de Coltrane serpenteé sobre la tarde y el humo del cigarrillo se disipe entre nostalgias.

Desde ese balcón ve el río y los vestigios coloniales de una ciudad que tuvo mejor pasado que presente y en cuyos muros aún resuenan los ecos de una guerra ganada que se perdió. René del Risco Bermúdez (San Pedro de Macorís, 1937)  fue una víctima más de esa guerra. Lo más curioso de todo es que no murió en ella, pero las pérdidas y desilusiones a las que se enfrentó eran tan graves como la muerte: aceptar la derrota y conformarse. René es el poeta que «muere de muerte ajena».

Y desde esa muerte ajena escribe El viento frío (Santo Domingo: 1967) que es, sin duda, un libro icónico de la Generación de Posguerra. Y lo es porque asume como temática central la derrota sufrida por el pueblo dominicano en la Revolución de Abril. Pero, más que una derrota bélica la guerra fue una derrota de los afectos: la caída de los compañeros de lucha, jovencísimos casi todos, se clava en la vida de los sobrevivientes en una mescolanza de culpa y tristeza. Y también se yergue como un fantasma sobre la ciudad. Y es la ciudad precisamente el objeto/sujeto de estos poemas: esa ciudad en ruinas, vacía sin los amigos, golpeada por una guerra, aparentemente, inútil.

En palabras de Juan José Ayuso, El viento frío «es viento de derrota y desilusión, es viento de enterrar sueños, es aire frío que sopla de noche en la tumba sin luz donde reposan las derrotas de los hombres…»

Entrevistado en 1970 por Carlos Francisco Elías, al ser cuestionado sobre si El viento frío refleja su frustración ante el fracaso de la Revolución de Abril, René responde lo siguiente:

«Yo no diría que mi frustración, sino más bien la frustración de una heroica ilusión que inflamos, como inflan los niños esas pompas de jabón con un tallito de lechosa, sólo que nosotros, casi todos los que vivimos y, en una u otra forma, protagonizamos aquellos acontecimientos, inflamos esa ilusión no con simple aliento, sino con sangre y sacrificios y desmedido amor. Pero, a fin de cuentas, resultó una ilusión, y las ilusiones casi siempre se desvanecen lo mismo que las pompas de jabón en el viento».

El viento frío se convierte en objeto de culto, a pesar de ser un libro incomprendido en su época y tachado de ser una expresión de la frustración pequeño burguesa, que desde el primer poema, que da título a la colección, nos muestra como el vencido se ve obligado a conformarse, a aceptar la derrota, ese «viento frío que acerca su hocico suave/a las paredes, /que toca la nariz, que entra en nosotros/y sigue lentamente por la calle, /por toda la ciudad…».

Pedro Conde Sturla, en Memorias del viento frío,  dice: «Nótese de inmediato que El viento frío es un libro de atmósfera. Atmósfera más bien enrarecida a pesar de la brillantez del paisaje. Atmósfera de un agobio –frustrante, traumática, depresiva. Atmósfera de una derrota que no dejó de ser gloriosa. Atmósfera donde el amor y el desamor se conjugan permanentemente con el hastío, la soledad, la tristeza y la muerte».  Un poemario obsesivo que vuelve, una y otra vez, a la ciudad y a la muerte, dos temas recurrentes en los textos de René –se hace una referencia a la muerte desde el epígrafe, tomado de un poema de José Ángel Valente, que precede al libro: «Aquí y cada día/y cada hora y/cada segundo me he negado a morir./Aquí odio la vida, sin embargo».  Y en la dedicatoria, ciudad y muerte se unen: «te llamas Vicky, Luisa, Aura, Rosa y no importa… ¡A ti, porque en esta ciudad mueres conmigo, me acompañas, y no haces más que repetirte, en mis palabras!»– y que son motivo porque son dos elementos indisolubles para comprender ese aire de resaca que dejó la guerra en el espíritu de esos hombres que por siempre han sentido ese hálito de viento frío, de derrota, respirar sobre sus días. 

Vencer

La avenida es una especie de páramo que atraviesa terrenos con vocación para la inversión inmobiliaria. Entre un residencial de apartamentos y otro, la parada. Las únicas señas de que allí para un autobús es una equis roja en la acera, casi arropada por la maleza, y letrero azul intenso y brillante, en la parte superior de un tubo de acero colocado frentre a la equis roja, con la silueta y el nombre de lo que las tres esperamos desde hace treinta minutos.

Temperatura 38 grados celsius. Con mi paraguas abierto invito a mis dos compañeras ocasionales de espera a protegerse bajo ella.

  • Esta omsa cada día dura más en pasar
  • ¡Ay, sí! Y con este solazo.
  • Yo porque no puedo gastar mucho en pasaje, con lo que gano trabajando ahí, en ese edificio. Menos mal que ya me dijeron que se van a mudar, porque el transporte aquí es una lucha.

Los vehículos pasan a alta velocidad. Vemos cruzar a varios, sorteando su agilidad ante la rapidez de los carros y camiones.

Se acerca una motocicleta. Las tres, a la par y casi en coordinación, nos hacemos hacia atrás. Muevo la cartera que cuelga sobre mi hombro derecho hacía mi espalda.

  • Por aquí atracan mucho. Hay que tener cuidado.
  • Bueno, les gusta atracar más tarde, pero como quiera hay que cuidarse.
  • Trato de estar media alejada de la calle, por si intentan… me tiro en esos matorrales.

Una de ellas voltea a ver los matorrales.

  • ¡Pero tú estás loca! Te tiras por ahí y te alcanzan, y te hacen de todo sin que nadie se de cuenta. ¡Ay, no! Mejor me tiro a correr por lo claro.
  • Yo me fajo con ellos.
  • ¿Y si están armados?

Vemos la silueta de algo que parece un autobús acercándose. Pero no, no es el verde característico de las omsas (como casi todo, los autobuses de la Oficina Metropolitana de Transporte terminaron llamándose como el acróstico que nombra el organismo que las administra).

  • No tiene un horario fijo para pasar. Lo hacen cuando les da la gana. Y no hay otro transporte por aquí. Es una vaina.
  • Yo espero que aquí pongan rutas pronto. Ya que empezaron a construir por aquí. O será que ellos creen que todo el mundo tiene un carro por aquí. Los otros días pasé un susto. Un sonata se para allí y el tipo me empieza a pitar, yo cruzando. Pensaba que era el carro de mi compadre. Menos mal que le mire la cara bien, di pa trá de una vez. Y el tipo voceando que me iba a dar dizque un dulce. ¡Estos atracadores inventan! Me le acerco y me lleva por ahí y me hace de tó.
  • Hay que tener cuidado, sí.

Volvemos a mirar, casi a la vez, al horizonte a nuestra izquierda esperando que entre la onda de calor, esa ilusión de agua flotando mientras te corren las gotas de sudor por la espalda, aparezca aquella silueta verde manzana.

  • Miren, para evitar los atracos es mejor salir corriendo pidiendo ayuda que hacerle frente a los ladrones.
  • Yo mejor le suelto la cartera, porque  total… si te agarran te arrastran, y si están armados puede pasar lo peor. Total… las mujeres somos la presa favorita de esos azarosos.
  • ¡Ahí viene la omsa!

Las tres nos apuramos a la puerta. Ya dentro, agarradas de los tubos y las correas, nos miramos como tres cómplices que acabamos de vencer a la mala suerte.

EL RUIDO DE TU MIRADA

Rio Sena

El río Sena se ha tragado mucha poesía pero escasa como la de Celan. Segmentar la obra del rumano es como llover sobre los dedos dudosos de Glenn Gould interpretando una variación de Webern. En este capítulo de la vida sobre el desglose de la imperforable obra del poeta en caso nos veremos con los ojos.

Tanto Gadamer como cualquier biografía de youtube o anonimato de wikipedia afinan el hecho de que Celan en su obra al acercarse a su nicho de agua apremia el silencio, el tacet, o a una suerte de staccato en el uso de los versos y las palabras. Esta perforación formal no deja de ser un graneamiento. Ese cálculo del estilo a viso de Hegel no deja que el graneamiento sea su opuesto nada más, si no, que se vuelve la validación de su sensatez como graneamiento. Esta perforación formal no es diferente a los demás sentidos, en el sonido (que es un engrane unívoco en toda poesía), tanto como en el tacto de nuestros aparatos oculares. 

De ojo en ojo pasa la nube, como Sodoma hacia Babel:

como fronda destroza la torre y brama cn redor del zarzal de azufre.

Aquí, en el principio de su haber publicado, el poema Marianne nos muestra un Celan utilizando la palabra «ojo» con su semántica más inmediata. Como divisador y detallador de hechos factuales. Infaustos pero factuales. 

En el estudio musicológico «Ojos hablados hacia la ceguera» la música Beaty Perrey analiza una obra de Gyorgy Kurtag sobre un poema de Celan. «El servicio al sin sentido, el ruido y el silencio son característicos de los post segunda Guerra Mundial». No es indiferente este rasgo dentro de las artes. Adorno dijo que escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie. Lo que eleganta mucho los tartamudeos de bombas, el serpenteo de fosas, la claridad de humos que van a ser la tinta del altísimo. 

Volviendo a Gadamer, este en su análisis a “Cristal de aliento” dice que si bien un poeta puede decirnos de qué va el poema, no deja de ser, y cito la frase: una ayuda peligrosa. Aunque la irrupción de mi voz en la de las formas del hermes de Gadamer son dispares, no llamamos a pérdida que puede subyacer alguna verdad viciada, o viciante en el contar-: “de que va la obra o de que no”. Todas las herramientas de la forja de Hefesto nos impelen a beber de la negra leche del alba de Celan. 

Hefesto

Ahora, para verdades los devotos, mi labor es la ciega. Los hechos, que están hechos de guadañas, nos declaran como un poema como este:

OÍ DECIR

Oí decir que hay

en el agua una piedra y un círculo

y sobre el agua una palabra

que en torno a la piedra el círculo tiende.

Vi mi chopo descender al agua,

vi cómo su brazo garfeaba hacia el fondo,

vi sus raíces hacia el cielo implorar noche.

No lo seguí a prisa,

recogí solamente del suelo aquella migaja

que tiene de tus ojos forma y nobleza,

te quité la cadena de adagios del cuello

y orlé con ella la mesa, con la migaja entonces.

Y ya no vi mi chopo.

Este poema, aunque no de sus últimos, de Rosa de Nadie, se vale de la sensibilidad del oír y del ver. Lo arcanamente firme como una piedra (elemento vasto y constante en su odre) con elementos tan fugaces como el círculo o la palabra. La falta desdeñosa de ánima en «No lo seguí a prisa», y la humildad descalabrada en recoger a penas una migaja que tiene de sus ojos la parte física «forma» y la heráldica abstracción europea «nobleza». Entonces el poema deviene en una crueldad elegante. Decorar una mesa con el tesoro que cuidaba una muerte y la labor del álamo se perdió de su contemplación. Un solo poema que guarda enormes conjeturas naturales. Que se busca en el agua. Con piedra y círculo, con religión tal vez, porque la palabra estaba sobre ella. Y las raíces del álamo, inverso viaje hacía el vértigo de la noche. 

«Lo barbárico, después de Auschwitz, sería abandonarse a la cadencia eufónica de las palabras, a la autorreferencialidad del discurso poético, a la proliferación del lenguaje como mero significante», dice Ricardo Ibarlucía. Cuando ya el ruido es una norma, las vanguardias toman mejor sentido de la cuenta. La subversión de la tersura. Ergo, se granularían las atenuantes voces, párvulas e intrépidas de la repetición del candor. 

Levinas lo pone de otros modos pero con igual tino, según él, Celán dijo que no veía diferencia entre un poema y una trompada. La trompada siendo un cielo sublime que va rodando y cayendo por la desgracia de la carne en un enjutamiento de la ira contra el espacio. En otro acápite Levinas sigue, «¿No sugiere él más bien una modalidad distinta de aquellas que se alojan entre los límites del ser y del no-ser? ¿No sugiere acaso la poesía misma como una modalidad inaudita de otro modo que ser?». Dándole un pelo de gracia griega para entender el nouménico deber de la poesía y en la cosa en sí que es al planear sobre la obra de la poesía. Y la creación. El exterminio de la ceniza nos puso a pensar. Los traumas germanos, y tan nuestros. Qué son nuestros ojos más que pesadillas en alemán? Garraspermas inentadas que se acuestan más allá del Yo y el Otro. 

¿Y soportas tú, madre, como antaño en casa,

ay, la rima, suave, dolorosa, alemana?

La misión última se intuye y se lee por casi todos lados, es la destrucción del lenguaje, aquel heraldo que nos asumió en el drama. 

escribe el infinito doble

lazo a través de los

llameantes

ojos-cero,

 Este fragmento del poema La Música Hendida del Pensamiento como engarce a la idea de hacer arena la semántica del ojo, mediante la imagen, el signo se atropella voltado a cifra. Ya minando el hospedaje. La salvaje forma en que lo eterno está en la mirada, el lazo moebius, los guarismos. 

ST

Un paVo real-mente

hace, mps,

SieTe ruedas:

o

oo

ooo

O(h) 

Por último,, en  ST (hermoso nombre para un poema) el cántaro se caligrama, se huidobra, y afila los pormenores de la sustancia hacía el mero sonido. Con un pavo real como protagonista. Mil ojos de la india mirándonos y cómo se aperpleja al final la cola del poema. Con círculos, infinitos, huecos de nichos de guerra. Con una vocal abierta que bien podría ser. Un Ojo.

Ricardo Cabrera

Ricardo Cabrera

Santo Domingo, República Dominicana, 1983. Poeta y escritor. Licenciado en Letras por la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD). Maestría en Planificación y Gestión Educativa (UCSD). Ha sido corrector de estilo, editor, asistente bibliotecario, traductor, docente, creativo.  Miembro fundador del Taller de Narradores de Santo Domingo; cofundador de la revista RL de estudiantes de letras.  Fundador del Círculo Literario Ropa Sucia. Ha publicado: ¡Siéntese pintura fresca! colección de poemas, incluido en Esto no es una antología: Palabras que sangran de El Arañazo Colectivo Literario (antología, Ediciones Ferilibro, Santo Domingo, 2012); Viñetas Ojepse (poemas, e-book, Luna Insomne Editores, 2013).  Sus textos aparecen en antologías nacionales e internacionales tales como: 4m3r1c4 Novísima poesía latinoamericana (Ventana Abierta Editores, Santiago de Chile, 2010). Hacia Yukahú, (poemas, The Zompopos Project, 2017). Oro Mustio (poemas, Amargord  ediciones, Madrid, 2018). Su producción literaria ha sido reconocida con los siguientes premios: Primer Lugar, Concurso de Literatura Deportiva Profesor Juan Bosch; Premio Nacional Estudiantil de Ensayo, Ministerio de Deportes, Educación Física y Recreación, 2009; y, Primer Lugar (poesía), Certamen Nacional para Talleristas del Sistema Nacional de Talleres Literarios, 2011. Primer Lugar en el III Premio Nacional de Poesía Joven de la Fundación Cultural Lado B. 2018.

Oyendo música a vuela pluma

Villa Juana

Una columna me ha pedido Belié (Beltrán), una columna donde quiere que exprese mis comentarios sobre la música que estoy oyendo y que he oído. Pues esta es la primera. Pero antes de empezar esta conversación tenemos que tener claro algunas cosas. No toco ni las puertas. Carezco totalmente de oído musical para cantar aunque me defiendo bailando merengue y salsa, por tanto lo que oiremos aquí será puramente desde el punto de vista del oyente. Un oyente que discrimina muy poco, acercándose a la melomanía omnívora. Podríamos parafrasear al personaje famoso de Cuquín Victoria: “predisione atrolójicas y horócopo pelsonale para loj nacidoj entre Silvio Rodríguez y Iron Maiden”. 

La música ha estado en mi vida desde que tengo uso de razón. Crecí en Villa Juana, un barrio que como todo el Caribe, suena (Luis Rafael Sánchez dixit) y los sonidos que me acompañaron iban desde la “música de amarge” de José Manuel Calderón a Bob Marley, pasando por The Platters, Elvis y Monk (mi madre), soca, calypso y “música haitiana” (la vecina muy decente y respetable que ejercía sus artes en “las islas” y criaba dos hijas sola), los Matamoros, los Compadres y “Cien canciones y un millón de recuerdos” (mi padre). 

Pero mi gran pasión, especialmente desde que me mudé a Canadá hace ya veinte años, es el jazz y principalmente el de la segunda mitad del siglo veinte. Si usted me sigue en Twitter sabrá que mantengo los hashtags #Músicadelamañana #Músicadelatarde y #Músicadelanoche, porque no dejo de escuchar música excepto cuando duermo (y no siempre) y habrá notado la preponderancia de Thelonious Monk. Pues bien, la culpable es mi madre, que me dijo hace mucho que Monk era cool. Y aquí los dejo con uno de los primeros discos de Monk que recuerdo, “Ruby, My Dear” de Thelonious Monk’s Greatest Hits de 1963 

Thelonious Monk: Greatest Hits

Hasta la próxima.

Arturo Victoriano

Arturo Victoriano:

Crítico literario y profesor universitario. Es autor de Rayanos y Dominicanyorks: la dominicanidad del siglo XXI (Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana, 2014). Reside en Vancouver y enseña lengua española y literatura caribeña en la Universidad de la Columbia Británica.

Inventariar lo perdido

Fachada

Construir, a partir de un lenguaje de un profundo lirismo, el escenario para la puesta en escena de una historia de amor y desamor, y no solo la que protagoniza la voz poética y el sujeto al que se le canta, sino también la que protagonizan la ciudad y la poeta, quien la recorre melancólica inventariando cada esquina, cada banco, cada calle, cada lugar en que se escribió el amor, y el adiós, eso hace Daniela Cruz Gil (Santiago de los Caballeros, 1983) en La ciudad no será nuestra (Santo Domingo: Editorial Funglode, 2018),

Cruz Gil con este libro sigue con la obsesión citadina que marcó la producción poética dominicana, de posguerra principalmente, y se entronca con esta tradición desde la invocación, en el epígrafe, a René del Risco Bermúdez de quien cita los siguientes versos: «Si salimos ahora, / nos iremos a un parque a recordar…». Y desde ahí se nombra uno de los escenarios que se repiten a todo lo largo de este libro y que es una presencia constante en El viento frío, libro del que se desprenden los versos citados. 

En el poema que abre el libro, y que lleva por título «El pie izquierdo», el cual transcribo en su totalidad, la poeta nos sitúa en ese estado de nostalgia y de soledad presente en esa «ciudad extraña»: 

«La culpa exacta antes de abril / este dolor necesario / antes de que me roben el tiempo / después levantaré el pie izquierdo / y martillaré la pena / de las que se ahogan en tinta azul / caigo de golpe en una ciudad extraña / sedienta de colores que no le pertenecen /
de voces / de muerte a pedazos / una ciudad tan grande / tan larga como el amor por teléfono». 

A partir de ahí se comienza a contar, a nombrar momentos, lugares, recuerdos, objetos mediante los cuales se articula, se arma una historia. Así transitan por las páginas besos, rosas, fotos, madrugadas, arenas testigos del amor. Para decir, para contarnos. Comienza a cubrirnos esa saudade, ese sentimiento de extrañamiento, de melancolía, que transita por cada poema del libro, y que ocurre cuando uno se separa de alguien amado y siente la necesidad de volver a verlo y que el escritor portugués Manuel de Melo definía como «un bien que se padece y un mal que se disfruta». Una tristeza feliz.

Daniela Cruz

Daniela convoca a la poeta Sally Rodríguez a quien consulta, a partir de uno de sus versos: «Caer es hermoso y pleno». Y Daniela dice: 

«Quizás baste media carretera / para borrar la memoria / para hundirse en el miedo que mamá tenía / para caer pleno, Sally / o levantarme de entre los vivos / y sacudirme la carcoma humana…»

Según avanza la lectura seguimos siendo testigo de esa añoranza que roza la piel de la poeta, que la desgarra mientras camina, quizás por la calle San Luis, «hacia la soledad de un parque que ya no es el parque» en una ciudad en la que no hay árboles, ni besos, ni caricias. 

En «Penumbra», se alcanza un tono de evocación en que lo erótico, lo carnal es, de alguna manera, ensombrecido por el inventario atristado de lo vivido, de lo perdido: 

«Damos de comer a las palomas / alojadas en la lengua / medimos la longitud que escupe nuestra voz […] / […] somos sombras de nombres / quedarán números / música diluyendo memorias saladas del cuerpo / y esta calle no recuerda ningún paso desandado / como se niega el amor cuando duele».

Así sigue inventariándose lo que quedó trunco, lo que habita tan solo en la piel y la memoria: paseos bajo la lluvia, bancos de parque abandonados. Y también lo que se lleva el amante que parte:

«te llevas cada calle que nombré con rabia / la alegría publica de ignorar el mañana…»

Avanza este viacrucis nostálgico compuesto por treinta y tres estaciones y llegamos al poema titulado «Postal de la impaciencia» que, a mi parecer, resume la saudade que recorre como un temblor estos poemas: 

«No pudimos esperar la primavera / el invierno se llevó nuestras lagrimas / abandonadas en el parque con flores amarillas / creímos ver luz / en los charcos del barrio / el tren nos llegó a tiempo / pero habíamos iniciado / el camino a la desgracia».

Este libro, sin dudas inaugura, un decir nuevo, funda una ciudad en la que un viento frío, pero un viento impregnado de angustia, de ausencia, de parques abandonados, de despedidas, de olvidos; Daniela invoca al ausente y en sus versos vuelve a asir ese territorio escondido en el corazón y la memoria. 

Luis Reynaldo Pérez

Luis Reynaldo Pérez es un poeta, editor y gestor cultural dominicano, nacido, el 10 de diciembre de 1980. Entre sus libros se encuentran: Inventario de sangre (Madrid: Amargord Editores, 2020), Ciudad que alucino (Madrid: Amargord Ediciones, 2016. También ha sido reconocido en múltiples ocaciones, algunas de ellas siendo: Primer Premio del XVIII Concurso Nacional de Literatura Alianza Cibaeña, categoría poesía con Sombras del sueño (2019); Segundo Premio del XVIII Concurso Nacional de Literatura Alianza Cibaeña, categoría cuento con Tiburón (2019)