La interpretación de Nadia Lugo  En «El ruido invisible»

La interpretación de Nadia Lugo  En «El ruido invisible»

Sé poco y nada sobre Nadia Lugo, salvo que creo recordar que disfruto mucho su timbre de voz y que trabaja con uno de los equipos de comunicación estratégica por los que más respeto siento. También sé que este es su segundo libro.

De entrada, es genial que inicie con una referencia a Bernardo Vega. El primer cuento narra la historia de un director de museo que se juega su herencia para trasladar el cemí de un dios del agua desde Reino Unido hasta la isla, previsiblemente República Dominicana.

El cuento tiene una arquitectura elemental, casi bajo la premisa de Bosch de que las historias son como una flecha que parte en línea recta desde un punto a un objetivo. Bajo esa idea, se trata de una historia bien lograda.

Luego, está todo el entramado político, la interpretación de tejemanejes de salón y poder tercermundista. Este y los relatos siguientes hablan de una suerte de narrativa Real Maravillosa postmoderna, con todo lo arcaico que puede sonar hablar de Real Maravilloso en el siglo xxi.

Y sin embargo, entre redes sociales, relaciones con ministros que anteponen sus egos a la razón y sucumben ante la tentación de la magia en favor de la capitalización política, Nadia reinterpreta lo Real Maravilloso. Por eso, en este primer relato hay tantos referentes a la mitología Arahuaca y a la narrativa de Bosch, por eso la disyuntiva del personaje al final, ante lo absurdo, lo redentor y lo legitimante como únicas salidas posibles.

Y así se representa más adelante: una mujer en una casa perturbadora como la Casa tomada de Cortázar, con una puerta ominosa como aquella puerta cerrada del cuento de Las mil y una noche. En medio, desfiles del orgullo gay en Madrid, juegos de video y una muda de realidad hacia lo fantástico, esta vez extraída de las nuevas mitologías pop, desde los juegos en línea hasta las construcciones sociales de Tik Tok.

Tanto en la relectura política del presente como hijo bastardo de una historia absurda, como en la reconstrucción de los espacios geográficos y proposición estética de individuos, hay una relación cercana entre la obra de Nadia y la propuesta artística de José Carlos Nazario. Este encuentro entre ambas visiones comienza por la diversidad de referencias que poseen y se desarrolla en la consciencia política de los dos, no bajo el prisma activista, sino de escrutinio, testimonial, de actores que cuestionan y se cuestionan.

Los narradores de las distintas historias tienden a argumentar en torno a su entorno. En ocasiones esa tendencia resulta un distractor que impide comprender con exactitud las imágenes que se presentan.

En otros momentos, las descripciones son difusas, como cuando dice: “Así descubrimos un dormitorio sumamente extraño, un espacio lúgubre que parecía que efectivamente nos comería”.

La oración pareciera sacada de una descripción de Lovecraft, y sin embargo no muestra nada. En tres ideas, sólo destaca lo amenazante de percibir que el cuarto, en un ejercicio de personificación por comparación, podría comer, dándole a la estancia una dimensión sobrenatural.

Y esto fuera positivo, si no se tratara de un recurso reiterativo. Junto a las comparaciones argumentales, se trata de dos de las figuras más recurrentes a lo largo del libro.

Voy a dejar de lado las cuestiones puramente estilísticas como esa rara construcción sintáctica “Supongo que se adréis percatado”. Imagino que hubiera sido más atinado decir “Supongo que os habréis percatado”, pero esto es sólo una percepción, y tales cuestiones no inciden en lo realmente destacable del libro.

El cuento Ojo de Agua recrea nuevamente esas relaciones de poder, donde los caudillos modernos tienen comportamientos totémicos, casi behiques. En la historia sólo el Wifi de la plaza pública tiene más lealtades que un agitador político. Este texto, a pesar de que se siente poco trabajado, casi como un complemento para acumular páginas, me conecta con una época en la que ir a la biblioteca pública de mi campo era la única manera de tener conexión a internet. Eran los años de Hi5 y My Space. Yo solía ir con uno de mis hermanos hasta altas horas de la noche, llevaba una extensión para conectar la laptop mientras él se conectaba desde una Black Berry de segunda mano.

Ese cuento es potente. Tiene el desarrollo dramático y la estructura, sin embargo se cae por un cierto descuido en la forma de contarlo. Con todo, encaja con el concepto general del libro y con la visión de lo Real Maravilloso de la postmodernidad.

Con todo,  la narración presenta un entorno que sigue siendo comarcal como las más típicas historias de Bosch o García Márquez. Y te dice que, en cierto modo, seguimos siendo las mismas aldeas, con los mismos miedos y las mismas conductas. Me lleva a las crónicas sobre Centroamérica narradas por Martín Caparrós en Ñamérica, aunque él lo hacía desde otro registro narrativo, pero el polvo, la pobreza y la desigualdad son lo mismo.

Leí La larga espera como un divertimento. Esencialmente cuenta la historia de un hombre que escribe discursos para el presidente del país y descubre una conspiración de alto nivel.

El relato es un divertimento, escrito desde el punto de vista de una persona que conoce bastante bien cómo funciona el entorno político. Me sentí identificado porque en más de dos y tres ocasiones he estado en situación de redactar un discurso y luego tener que agregar correcciones, quitarlas y volver al principio de forma caprichosa y absurda.

Mientras lo leía, vi muchas de las conductas de políticos  del país. Toda la parte inicial me recuerda el cuento de García Márquez en el que el obispo visitará el pueblo, esta vez se trata del presidente de los Estados Unidos, pero son figuras equivalentes.

El punto flaco de este cuento, incluso del libro en sentido general, tiene que ver con los diálogos. Da la sensación de que por tratar de ser contundentes, acaban siendo acartonados, en una pose continua, más allá de la pose habitual que tiene el tipo de personaje que describe Nadia. Y sin embargo, logra generar visiones aproximadas de los entornos que representa.

Con este cuento reafirmo algo que inicié al principio de esta reflexión, Nadia trabaja con bastante soltura el final de sus historias. En cada caso se trata de poner al personaje ante la ironía, el absurdo y el acto de hacer consciencia sobre lo burdo de sí mismo. Desde el director del museo hasta la mujer en Madrid, pasando por el funcionario y el redactor de discursos, todos tienen cierres en los que la absurdidad se les aparece como espíritu guía o espejo de sí mismo.

En La larga espera esto alcanza cierto grado de genialidad al ver al presidente con Lola. Todo el gabinete ministerial aplaudiendo de pie, en reconocimiento al absurdo, es una burla, una reflexión y un retrato descarnado; probablemente el momento más sublime de todo el libro.

Y si La larga espera tiene el final más sublime, el inicio más potente se encuentra en Petró: “Esta vez no aparté la mirada como solía hacerlo cuando la vergüenza de los actos ajenos me aniquilaba”.

Sólo esa oración justifica el texto. Da igual si lo que viene es bueno o caído. Pasa en la poesía, toda una obra poética se sostiene en uno o dos versos luminosos. Aquí, con permiso de las 21 divisiones, daremos ese mérito a esta oración, por aniquiladora.

Sin embargo, conforme avanza, el cuento pierde fuelle, se convierte en una narración absurda con la presencia de Belié Belcán y un historiador corrupto. Se apela a líos de faldas, adulterio y obtención de becas internacionales por intermediación de gemidos.

Piglia solía decir que a veces construía sus personajes mediante la generación de rasgos opuestos. Así, si él era alto, el personaje sería bajito, de manera que las partes más afines con la realidad objetiva se deformaran hasta permitir el distanciamiento crítico.

Considero que en buena parte del libro a Nadia le sucede algo similar. La cercanía que posee con los entornos que describe, especulo, le impiden construir un universo ficcional fuerte.

Los personajes, salvo Lola y alguno más, no acaban de desarrollarse. En Petró, el vigilante que le dice que soñar con Belié Belcán da 21 tiene más construcción que quien narra, a pesar de aparecer en unas escasas líneas.

Con Unidad Caribe ocurre algo similar. Llega un momento en el que descubres que estás ante un mundo posapocalíptico, en un entorno de arqueología del presente.

 Y eso es genial, sobre todo cuando vienes de toda la construcción anterior. El volumen empieza con una catástrofe por agua y concluye con unos eventos no descritos del todo, pero que dieron al traste con la civilización tal como la conocemos.

Aquí volvemos al vínculo entre las obras de Nadia y de Nazario. En ambos casos lo posapocalíptico aparece como forma de interpretación.

Y con todo, estos dos últimos cuentos no acaban de ser piezas memorables. Adquieren un sentido en el corpus del libro, por el concepto estructurado en el mismo, pero como unidades son endebles, se caen.

Sí hay que reconocer que Nadia tiene un uso hermoso de los cierres como líneas argumentales. Sin importar el cuento, cada final de historia contiene una postura, no moral, no ética, no sensiblera, sino de comprensión de un fenómeno, de asunción de un puesto ante la convención del yo como sujeto con el mundo como representación.

Me niego a entrar en las aguas de Schopenhauer, pero, tanto la visión pesimista como cierta noción ética en sus personajes apunta hacia los planteamientos de El mundo como voluntad y representación. Sólo me atrevo a hacer una precisión, de tipo taxonómico, por decirlo de alguna manera, Belié Belcán, como loa está en una división distinta a los Petró.

Como se puede consultar en El atlas folclórico de la República Dominicana, escrito por Dagoberto Tejeda, señala que Belié Belcán encabeza la división relativa a los Rará. Esta, a diferencia de los Petró, actúa en base elementos naturales como la tierra, el fuego y el agua.

En cambio, los Petró, que también son reconocidos como espíritus burlones, volubles y con límites solubles entre el bien y el mal, tienen como principal representante a Gran Buá. Pero, ¿por qué hacer esta precisión? Esencialmente porque puede explicar parte de la debilidad del cuento.  Belié tiene una personalidad marcada, completamente distinta a la de Gran Buá o Gran Toro,  y,  bajo esa interpretación ontológica, la historia cambia por completo su significado.

Para no extenderme más:

  • Nadia Lugo consigue con este libro plantear una visión estética del mundo, sobre todo el de esta media isla.
  • Se aproxima a la construcción de una interpretación en torno a la que vale la pena conversar. Y que conforme profundice en sus creaciones, seguro dará pie a diálogos con las estructuras de poder y de relaciones a escalas más complejas.
  • Es cierto que hay muchas debilidades estructurales en sus relatos. También lo es que hay momentos excelsos en estos y un cruce de lecturas que permite construir un universo ficcional muy atractivo, del que no me gustaría formar parte, pero que sí deseo ver a través de la vitrina.
  • Tengo una idea de cuál es «el ruido invisible» del que habla Nadia en el libro. Pero seguro, esta, como todas las lecturas es un divertimento como el gato de Schrödinger.